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martes, septiembre 02, 2008

MUCHO MÁS QUE UN CAFÉ

Los lugares que hemos vivido son nuestros para siempre, o eso es lo que creemos.

Son nuestros hasta que nos dicen que ya no existen.

El pueblo que quedó bajo las aguas del pantano ha desaparecido para todos, lo mismo para el que estuvo allí hasta el último momento que para el que marcho mucho antes y no encontró el tiempo de volver. Puede que también lo haya perdido el que sólo pasó en sus calles, en sus campos un verano de su infancia o el que sólo durmió una noche bajo sus estrellas.


Han cerrado nuestro café: ha desaparecido para siempre, aunque tenga un lugar en mi recuerdo.

Pensar en que ya no está, en que nunca más podré volver allí me llena de desazón.

En su esquina hay un vacío; hay un no estar ese espacio de acogida del café.

Nunca más viviré su olor, el ruido de su gente, la sorpresa de los encuentros que tuve allí.


Han desaparecido las voces que nos acogían y el deseo del sabor especial que hace que un verdadero café sea distinto de cualquier otro.

Todo en él, todo lo que se refiera a él será recuerdo, evocación pura, ensueño a veces.

Miedo también de que pase el tiempo y lo vivido allí no pueda encontrar el estímulo para ser evocado, revivido, para poder ser sentido de nuevo.

Era un café, un café que tenía su gente de paso y también “ su gente”, sus parroquianos.


Su lugar será otra esquina vacía. Estará vacía para todos, pero para mí estará siempre llena de su ausencia.


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