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jueves, agosto 17, 2006

Rebalaje

Agosto 2006

REBALAJE



La madrugada traía olor a rebalaje caliente y sucio.
El despertar inoportuno me llevaba a la imagen de las barcas varadas, rotas e inservibles, que un día cualquiera acabarían siendo una hoguera.
La noche había sido densa y cansada.
Una más; una noche como tantas otras desde hacía mucho, mucho tiempo.
La fabulación agotada, el ensueño imposible bajo el peso del cansancio del alma. La lucha del día llevando al letargo y del letargo al olvido.
El único deseo acababa siendo el de llegar dormida hasta el alba, al menos hasta el alba.

Hacía calor, pero llegó el abandono. Dos horas, tres quizá en el olvido.
Calma y calor. Calor y calma.
Búsqueda de algo de viento, de una brisa apacible y apaciguadora. Búsqueda de un nuevo olvido.

Era, aún podía ser posible volver al sueño. El salón estaba abierto del todo. El salón dejaría entrar por alguna de sus ventanas ese aire fino, apenas perceptible, que se convierte en una presencia absoluta y nos va acariciando, acariciando como si fuéramos un niño que no se duerme si no nota una presencia junto a él.
Una brisa levemente fresca. Una brisa que entra y se detiene; que nos roza y nos abandona.
Una brisa sin olor, llegando de cualquier parte. Una brisa que sentimos con la esperanza de que dure.
Calma.
Calma que nos hace desesperar.

Una brisa distinta. Una brisa con olor a rebalaje sucio y caliente.
Una orilla del mar olvidada de las olas, detenida en un puerto abandonado al vaivén del agua que ha perdido su fuerza, que sólo despertará en las grandes mareas. Un rebalaje inútil sobre el que el agua deja y se lleva todo lo que ya está muerto, todo lo que ya no sirve para nada.
Una orilla de barcas varadas, rotas e inservibles como yo misma.