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sábado, marzo 17, 2007

MADRUGADAS VACÍAS





Ya no hay madrugadas.
La noche me trae un sueño pesado que sólo se agota cuando llega el día. Es un sueño que no descansa, que barre cualquier posibilidad de recrearse en lo propio, de encontrar la distancia de lo vivido.
Este sueño es un mero paréntesis, algo que necesita el cuerpo para no rendirse a la fatiga del día siguiente.
Es un sueño que ignora al alma, que no responde a ninguna de sus necesidades, de sus elaboraciones, de esa vida que se acaba llevando en paralelo con la que los demás ven, con la que sortea los obstáculos que va encontrando a su paso.

Estas madrugadas de sueño torpe y pesado han sucedido a otras muchas que no eran un despertar pasada la media noche, sino un simple no dormirse. Eran madrugadas en vela en el hospital. Nadrugadas de sueño intranquilo y cortísimo. Madrugadas de despertares súbitos, de puestas en pie sin ni un instante de duermevela.
Madrugadas de butaca junto al enfermo. Madrugadas de habitación compartida con alguien que luchaba en el límite siempre impreciso de la vida y la muerte.
Madrugadas de sala de espera, de silencios forzados, de sueño fingido para no intranquilizar a los otros.
Madrugadas de cuerpo cortado y estómago vacío, ansioso por dejar de sentir ese peso que da la zozobra, que provoca el miedo, que anhela y teme que llamen a los familiares del enfermo que se ha dejado tras la puerta de Observación.
Madrugadas que necesitan un tiempo antes de poder ser contadas.