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martes, agosto 07, 2007

MÚSICA

MÚSICA


La noche está clara y el aire fino y seco llega hasta la cama.

¡Había olvidado cómo suenan las calles empedradas con adoquines! Es un ritmo totalmente distinto del de asfalto. Un ritmo discontinuo, armónico en su discontinuidad.

La calle queda justo debajo del balcón. No hay acera. La calle es muy estrecha y en cuesta. Dos músicas distintas se oyen perfectamente: los coches que bajan por la callecita y los que suben por la calle principal.

No puedo dormir. El tráfico aún es intenso. No quiero renunciar al vientecillo que me obliga a buscar el calor de una manta ligera en esta noche de verano. No vien solo: con él llega el olor del campo que la noche oculta y que una tormenta generosa ha convertido en un lugar apacible para el paseo de la tarde.

No quiero cerrar el balcón. No quiero vivir una madrugada de reencuentro con el recuerdo, con el dolor del recuerdo, con la soledad del silencio.

Quiero seguir atenta al aire fresco y seco, tan de mis noches veraniegas de la infancia. Quiero dormirme acunada por el ruido de los adoquines.

¡Quiero estar atenta a la música de la piedra y al aire que llega hasta mí! ¡Quiero ir abandonándome poco a poco a las cadencias que cubren el silencio de la noche!