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lunes, agosto 13, 2007

FLORES DE VERANO




Las platabandas de flores estaban como todos los años. Son como un trozo de jardín hecho a base de poner las flores más variadas. Así, como al descuido, como nacidas por azar. Las flores lucen especialmente entre el césped cuidado y muy verde que sólo pierde su uniformidad dejando florecer alguna que otra pequeña, pequeñísima margarita de los prados.

Las grandes secuoyas, los cedros impresionantes dejan ver el palacio y medio lo ocultan. Son árboles únicos y majestuosos. Nos hablan del mimo con el que consiguieron aclimatarlos en esa fría ladera de la sierra que da cara al norte.

¡Qué bonitos los cosmos, siempre altos sirviendo de contrapunto a las flores de tallos más cortos! Petunias olorosas sencillas y rizadas, zinnias de todos los colores, grandes y pequeñas, claveles chinos, flores azules en ramilletes, margaritas reales. Muchas flores, muy juntas: casi rastreras y más altas, en una descuidada armonía. Flores blancas, rosas de varios tonos, amarillas, rojas, moradas, granate oscuro. Flores azules, violetas. Colores intensos o pálidos. Todos los tonos, todas las formas, todos los aromas, tan suaves que serían imperceptibles sin la humedad del césped.

¿Cuántas veces las hemos admirado? ¿Cuántas fotos hemos hecho siempre que hemos disfrutado de los jardines de La Granja?

La secuoya que partió el rayo sigue ahí, truncada pero magnífica. Los cedros centenarios siguen ahí. Todo está como siempre. Todo está como cuando lo viste el año pasado.

Sabíamos que este año podía muy bien suceder que no pudiéramos venir, pero yo me resistía a creer que tuviera que venir yo sola.

Ni un momento he dejado de pensar en ti. Estaba allí sintiendo, contra toda evidencia, que antes o después te reunirías con nosotros.

El refresco en el mismo quiosco de siempre, arriba del todo del paseo; allí donde están más tupidos los castaños de Indias.

Un atardecer con el sol ya muy bajo. Este año está casi lleno el pantano de El Pontón. Están altísimas las avenas. Hay pasto seco en todos los prados. Las lluvias de primavera han mantenido corriendo los arroyos.

Esta madrugada, esperando que amaneciera, he repasado nuestros primeros viajes a La Granja. Teníamos el citröen, nuestro primer coche. Por fin, nosotros también podíamos descubrir los lugares a donde no llegaba el tren.

La Granja era lugar obligado después de pasar el día en Valsain.

¡Qué tristeza! ¡Lugares tan hermosos que se han quedado vacíos para mí, que nunca más serán lo que eran!