Apuntes de madrugada

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Escritora

martes, septiembre 05, 2006

POR EL CAMINO DEL PASADO




Recuerdos, recuerdos. Volver a un tiempo tan lejano que parecía imposible que fuera evocado sin más, que acudiera a la primera llamada.
El despertar a media noche, por un ruido cualquier o por esa sorpresa del sueño concluido, de la noche cerrada antes del alba; por el desasosiego del día por venir, o el cansancio de las horas que hicieron interminable la jornada anterior, tiene una perplejidad, un alejamiento muy selectivo.
¿Cuánto tiempo hace que despierto con el mismo tema?
¿Cómo es posible que todo lo demás haya quedado borrado y sólo eso esté siempre latiendo lo mismo en mi alma dormida que en la vigilia?
Despertar es musitar siempre la misma canción, la misma dolorosa canción desde hace ya tanto tiempo que no recuerdo ninguna otra.
Es como esa melodía que abre los programas de televisión, que reconoceríamos de inmediato, que tenemos que olvidar en su secuencia repetida si queremos abrirnos a la sorpresa de un nuevo capítulo, de una nueva historia.

Despertar de madrugada es oír esa melodía de la enfermedad y el dolor. No se trata de algo siempre igual, pero sí de un fondo sobre el que cada noche, a esa hora apacible en la que habría que seguir en el sueño, surge una preocupación, algo a hacer o a evitar, un recuerdo doloroso o inquietante, una imposibilidad, un golpe de tuerca en la imposición de un futuro ocluido.

Despertar de madrugada, sabiendo que tardará mucho tiempo en llegar de nuevo el sueño, incluso que no llegará hasta la noche siguiente, es empezar a luchar por acallar, por alejar, por dejar en sordina la canción triste de cada día.

Tener una idea pendiente, una creación empezada, un proyecto de escritura haciéndose, ayuda, - y mucho-, a ese distanciamiento. Incluso pensar en cómo podría escribirse esa desazón con la que interrumpe el sueño puede ser el principio de una ruta abierta en la que la escapada es posible.
De madrugadas insomnes surgen ideas, vivencias, proyectos que, realizados más tarde o no, tendrán siempre el valor de conjurar las ideas negras, los malos presagios, los recuerdos insidiosos y pavorosamente insistentes.
Estar escribiendo algo que hay que traer de muy lejos, de esa infancia a la que casi nunca se recurre en los detalles, es algo particularmente eficaz.
Es eficaz porque requiere toda la atención posible.

Hay que ir, tengo que ir hacia atrás y situarme en un lugar, en un tiempo dentro de ese lugar. Las imágenes acuden, pero lo hacen de manera desordenada. Hay que detenerlas y hacerlas entrar en esa habitación llena de zonas delimitadas en las que el orden temporal, el orden personal y el orden del espacio ponen sus marcas.
Hay que dejarse sentir en esas imágenes, en esas voces que acuden, en esos perfiles que no siempre están del todo dibujados.

La vida, la pequeña vida de la niñez más temprana que puede ser recuperada tiene un halo de ternura que puede conjurar todos los maleficios del destino. Es una niñez fija ya, inalcanzable para la adversidad que nos aflige. Ir hasta ella es situarse en una zona inalcanzable para el presente.
Cuesta, Hay días que cuesta recorrer el camino lleno de abrojos que separa el presente doloroso de ese pasado ya concluso.

Hace días que la madrugada es ese esfuerzo y esa gozosa recompensa.