Apuntes de madrugada

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domingo, junio 25, 2006


Viento en la madrugada

Domingo, 25 de junio de 2006-06-25

La noche era ya demasiado larga. Hacía calor, mucho calor. Un calor pegajoso e inquieto.
El pasado y el presente se había dado cita en esas horas para hacer más difícil el tiempo, más larga la espera de la mañana, más imposible el descanso.
Un brazo doliendo, las piernas inquietas y, a ratos, crispadas y doloridas. La cabeza pesada. El cuerpo entero hecho presencia acompañando el recorrido de las ideas grises, más negras que grises. El futuro apostando a ser peor que el pasado.
Un despertador empecinado en despertar a alguien que no estaba en su cama, que no estaba en su casa, que vivía lejos de esa cita de cada día. Un despertador electrónico que lanzaba su pitido desde algún piso de más arriba, o desde la casa de enfrente. Un pitido en dos tiempos, insistente, obcecado, sin más tregua que el tiempo que se tomaba para engañarnos y volver a la carga. Era algo casi inaudible, pero penetrante, obsesivo, incansable.
Cerrar las ventanas para no oírlo, abrirlas para poder respirar, para no tener la impresión de acabar fundiéndose pegada a la almohada. Levantarse y acostarse. Ir a beber agua y encontrarla tibia e insípida.
Un esfuerzo por barrer todas las amenazas que el insomnio había traído en esa noche de calor, en esas horas de calma pastosa y caliente.

Una brisa. Un aire seco que se insinúa, que parece que puede seguir soplando. Un nuevo tacto con las sábanas, Un notar la piel menos y menos húmeda; más y más seca.
Un aire terral fresco y vivificante. Ligero y oloroso.
Un vientecillo que entra por la ventana y me tapa con la sábana. Un vientecillo suave, ligeramente oloroso. Discreto y vencedor del levante.

La madrugada abierta al sueño. Cerrada a los malos pensamientos, al ruido de la calle, al ritmo del despertador, a la mañana que traerá sus propias derrotas. La madrugada a punto de dejarme descansada cuando ya hace rato que luce el sol.

domingo, junio 18, 2006

Adolescentes de madrugada

Adolescentes de madrugada

Las noches empiezan ya a ser cálidas, las madrugadas son calmosas a orillas de mar. La brisa, que durante la noche nos ha mantenido en el sueño, cesa cuando la calle se queda definitivamente vacía. Es desazonador, es un despertar incómodo y con pocas esperanzas de volver a dormirse antes de raye el alba.
El fin de semana, ese fin de semana que ya no es la noche del viernes y el sábado, sino que empieza a dejarse notar en la tarde-noche del jueves, tiene unas madrugadas, además de calmadas e insomnes, ruidosa.
Las discotecas, los bares que se ignoran durante el día empiezan a vaciarse a esa hora de la noche. Se vacían y los adolescentes – que se niegan a dar por terminada la velada – llenan las calles con sus gritos, con sus voces destempladas por el alcohol, por algo más que alcohol. Gritan para escucharse y seguir sintiéndose vivos. Gritan para que el grupo no se deshaga, para que el silencio de las calles no les devuelva una imagen de noctámbulos absurdos. Salen de las toperas en las que la música les ha privado de cualquier comunicación y no soportan el choque con el silencio, la evidencia de esa soledad que el ruido pretende conjurar.
Ríen, gesticulan, se interpelan, a veces cantan. Todo inútil. El grupo, - como una ameba que ha circulado durante horas entre otras muchas sin que ninguno de sus individuos, diluidos en el magma de su cuerpo informe, haya conseguido escapar -, tiene que deshacerse. Cada uno de ellos se resiste. Cada uno se aferra a ese grupo que le dejará en el silencio.
A veces quedan rotos, apoyados en una esquina, recostados en un escaparate, tendidos en el hueco de un portal. Alejados de sí mismos y de todos no encuentran la forma de regresar a sus casas. ¡Una noche, dos noches, todo un fin de semana huyendo de la soledad!
¡Qué inútil! ¡Qué precio! ¡Qué engaño!

viernes, junio 16, 2006

Segunda madrugada

Madrugada hay todos los días, pero no todos los días estoy en vela cuando la noche piensa ya en irse y el silencio de la ciudad deja que las campanadas del reloj de la catedral lleguen hasta mí. Llegan entrecortadas por los coches que de vez en cuando recorren la calle. Es una hora de calma, una hora en la que empiezo a sentir el cansacio de la noche sin dormir. Ese cansancio y la necesidad de que el sueño llegue reparador y tranquilo.
Desde la niñez, mucho más desde la adolescencia he hecho de la noche el tiempo de la soledad, de la imaginación, de las historias que hubiera querido vivir y que sólo en la ideación eran posibles.
Las noches, mis noches, han sido una buena parte de mi vida. En ellas he creado, he recreado mis obras y mi vida. Las madrugadas han sido tiempos de descanso después de horas de pensamiento, de rememoración, de encuentros imposibles.
Las madrugadas han sido insomnes cuando el dolor, las preocupaciones, el miedo no se han alejado a pesar del esfuerzo de dejarlos fuera.
Un dolor, una angustia transferida a esas horas silenciosas tiene una distancia afectiva muy singular. Es algo más a tejer y destejer, a acercar y alejar de la conciencia.
Habrá madrugadas más y menos interesantes, pero todas serán ese tiempo en el que la mente consigue ver más claro y el corazón un poco menos cerca lo que duele.

martes, junio 13, 2006

Primera madrugada

No es fácil llegar a un lugar incierto, perdido no se sabe dónde y al que todos llamamos blog. Es un lugar inexistente, pero que existe. Puede que nunca nadie alcance estas páginas, pero estarán disponibles para cualquiera que las tropiece en ese marasmo de los mensajes que ni siquiera esperan respuesta.
Madrugada entre muchas madrugadas de insomnio. Tiempos en los que dormir es imposible, en los que la mente trabaja en sus recuerdos, en sus miedos, en sus proyectos, en sus ilusiones, en el sopor del sufrimiento o la quietud de una amenaza que sólo estará alejada por un tiempo corto e imprevisible.