Apuntes de madrugada

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Escritora

viernes, noviembre 03, 2006

PAZ EN LA MADRUGADA


La noche fue como casi todas desde hace ya tiempo. Un sueño que tarda en llegar, un despertar cansado a eso de las tres.
Noche concluida. Madrugada de soledad en el silencio de la calle, en la espera de que, quizá, vuelva el abandono a eso de las siete cuando los coches empiezan a pasar más seguido y en el bar de enfrente sacan las sillas y las mesas a la calle para poder recibir a los primeros clientes.
¿Por qué vuelve el sueño a esa hora? ¿Por qué tengo que desaprovechar la madrugada y luego dormirme cuando ya casi es la hora de levantarse?
Podría ser porque a esa hora empieza la normalidad del día, la promesa de ese quehacer que nos remite al tiempo pautado en el que no hay espacio para la proyección de la propia vida, ni para la angustia, ni para la tensión acumulada.
En el despertar a eso de las tres hay días inquietos, sueños difíciles, reiterados, interrumpidos justo cuando empiezan a ser terribles. Hay madrugadas tranquilas, relajadas, mantenidas en la distancia del día a día, del temor que en tiempos difíciles acompaña cada hora, casi cada minuto.
El sueño tardío es doblemente reparador. Es un sueño que llega dulcemente, que tiene tiempo de soñar, de inventar historias casi siempre agradables. Es un sueño intenso que aleja el día y todas las responsabilidades y todos los retos, y todo el dolor de la noche insomne.
La noche fue como casi todas desde hace ya tiempo, pero la madrugada tuvo un intenso olor a mar limpio, a orillas de paseo, a rompeolas en los que el mar y el susurro del corazón eran uno y lo mismo.
La madrugada trajo proyectos, recuerdos, imágenes ya olvidadas, ilusiones que no se atrevieron a despertar en otro momento.
¡Qué paz! ¡Qué actividad en esa paz recobrada, en esa distancia conseguida gracias al olvido pero sin tener que pagar un precio, sin pagar ningún precio!
Madrugada de horas lentas, despaciosas, de brisa que desafía a los visillos y no deja de llegar hasta mí.