Apuntes de madrugada

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Escritora

martes, marzo 27, 2007

LLUEVE

Llovía esta madrugada. Me despertó el ruido del canalón que baja junto a la cabecera de mi cama.
Lluvia de primavera, rápida e inconstante. Tiempo muerto en una noche fresca y relajada.
Los coches con su sinfonía sobre el asfalto. Rápidos, sin pausa, iluminando el espejo oscuro del alquitrán mojado.
¿Sería posible reencontrar el sueño? ¿Sería posible pensar en cosas agradables, en futuros abiertos a la ilusión?
Chapoteo de lluvia rápida. Chasquido del agua sobre la persiana bajada.
Sopor, olvido, distancia.

domingo, marzo 18, 2007

FLORES EN LA VENTANA



Hay freshias blancas en la ventana. Son más grandes y más blancas que ningún año. Han florecido tarde, pero la espera ha merecido la pena.
Septiembre fue un mes difícil y casi olvidé plantarlas. Poner los bulbos en la tierra es confiar en que habrá tiempo para verlos florecer. Es, también, tener paciencia hasta que nacen. Sufrir cuando el aire de poniente amenaza con romperlos, con llegar a tumbar de tal forma las hojas que los hagan salir a la superficie y se pierdan sin remedio.
De septiembre a marzo es mucho tiempo. Ahora es mucho tiempo.
Los bulbos han resistido las tormentas del invierno, los días de lluvia que losa azotaban sin piedad. Han sobrevivido a los olvidos, a los riegos a destiempo, al desánimo para verlos florecer.
Ahora hay unas preciosas freshias en la ventana. Son de un blanco limpio y perfecto con un suave corazón amarillo. Son más bonitas que nunca. Tienen el aroma intenso y suave de los mejores sueños.
Son la vida; son un milagro de la vida. Son otro milagro.

sábado, marzo 17, 2007

MADRUGADAS VACÍAS





Ya no hay madrugadas.
La noche me trae un sueño pesado que sólo se agota cuando llega el día. Es un sueño que no descansa, que barre cualquier posibilidad de recrearse en lo propio, de encontrar la distancia de lo vivido.
Este sueño es un mero paréntesis, algo que necesita el cuerpo para no rendirse a la fatiga del día siguiente.
Es un sueño que ignora al alma, que no responde a ninguna de sus necesidades, de sus elaboraciones, de esa vida que se acaba llevando en paralelo con la que los demás ven, con la que sortea los obstáculos que va encontrando a su paso.

Estas madrugadas de sueño torpe y pesado han sucedido a otras muchas que no eran un despertar pasada la media noche, sino un simple no dormirse. Eran madrugadas en vela en el hospital. Nadrugadas de sueño intranquilo y cortísimo. Madrugadas de despertares súbitos, de puestas en pie sin ni un instante de duermevela.
Madrugadas de butaca junto al enfermo. Madrugadas de habitación compartida con alguien que luchaba en el límite siempre impreciso de la vida y la muerte.
Madrugadas de sala de espera, de silencios forzados, de sueño fingido para no intranquilizar a los otros.
Madrugadas de cuerpo cortado y estómago vacío, ansioso por dejar de sentir ese peso que da la zozobra, que provoca el miedo, que anhela y teme que llamen a los familiares del enfermo que se ha dejado tras la puerta de Observación.
Madrugadas que necesitan un tiempo antes de poder ser contadas.